Impacto ambiental del turismo y turismo sustentable
Por Antonio Elio Brailovsky
Lic. en Economía Política. Especialista en medio ambiente y ecología, escritor (Bs. As.)
Es necesario generar reflexiones sobre la necesidad de un manejo cuidadoso de los recursos turísticos, tanto los de origen natural como los de origen cultural.
La demanda de turismo es vista siempre como una oportunidad para atraer hacia un territorio la riqueza de quienes gastan la parte de sus ingresos que dedican al ocio. En todas partes se exhiben las cifras de visitantes, el gasto que realizan y su aporte al producto bruto interno y a la creación de empleos.
Sin embargo, a menudo se oculta que la llamada “industria sin chimeneas” puede generar impactos ambientales significativos, tal como ocurre con cualquier actividad, si no se la ejerce de un modo responsable. Con la idea de que el turismo no contamina, ha menudo se ha subestimado su posible impacto ambiental. Lo paradójico es que suele tratarse de impactos que ponen en riesgo el recurso del cual vive toda una comunidad.
En la mayor parte de las ciudades costeras de la provincia de Buenos Aires se quitó el médano porque molestaba el acceso a la playa y se usó su arena para construir. Al mismo tiempo, se hicieron los edificios lo más cerca posible del agua, imitando modelos europeos que construían sobre rocas. El resultado es demasiado previsible. El cambio climático representó una ligera modificación en los patrones de olas costeras: menos olas suaves, de las que depositan arena y más olas fuertes, de las que se llevan la arena de la playa.
El resultado fue la pérdida (tal vez irreversible) de la arena de muchas de esas playas, lo que puede significar el colapso de la propia actividad en las zonas afectadas.
De este modo, existe el riesgo de que un manejo irresponsable del medio natural o cultural termine dañando el recurso turístico principal.
Los ejemplos son innumerables. Uno de los principales atractivos de la costa uruguaya es la hermosa forestación que la caracteriza. Se trata de una forestación absolutamente artificial. Cuando Darwin visitó Maldonado (cerca de lo que hoy es Punta del Este) quedó asombrado de la falta de árboles: “no he visto ni un solo árbol en la Banda Oriental” dijo en su diario de viaje. Un enorme esfuerzo levantó esos pinares. Pero ahora cada vez que alguien compra un terreno, saca los árboles por temor a que se caigan encima de la casa y entre todos van eliminando los atractivos que los llevaron a estar allí.
Otro de los problemas es el desarrollo de actividades mutuamente incompatibles. La existencia de un gran puerto petroquímico junto a Venecia es la causa principal de las inundaciones que afectan esa hermosa joya de la arquitectura medieval y renacentista. Los canales de acceso al puerto permiten la entrada de grandes olas, que antes quedaban amortiguadas. Y así, Venecia se inunda, y lo hace con agua contaminada, lo que carcome aún más sus mármoles centenarios.
También existe el riesgo de deformar el patrimonio al gusto de los visitantes, tanto en su apariencia física como en su sentido cultural. Se realizaron recitales de rock en Tilcara, donde las actividades tendrían que haber puesto el acento en la cultura andina.
O, por ejemplo, en la década de 1950, se diseñaron fuentes renacentistas en los jardines del Generalife, en Granada, porque los turistas parecían preferirlas antes que las fuentes árabes originales.
En síntesis, el recurso turístico es frágil y merece ser cuidado, tanto de amenazas ambientales como del riesgo de deformación cultural. El turismo alternativo se basa en proteger la originalidad del sitio y tiene que evitar disfrazarlo de alguna otra cosa que exista en otro lado.